Despedida de Bretaña

No podía manejar;
las lágrimas inundaban
mis ojos al dar la vuelta
para la calle Bretaña.

Fui por los últimos cactus,
también unas pocas plantas,
la gaveta de cocina
y mis cortinas colgadas.
Ahora en el cuarto azul
ya no se escuchaba nada
ni alrededor de la mesa
las guitarras resonaban.
No pude traerme un sueño
que, atrapado en la ventana,
se encontraba adormilado
mirando las jacarandas.

Barandal de la escalera:
hoy al irme me contabas
cuando en los años cuarenta
Anita en tí se paseaba.
Mi casa de los espíritus
silenciosa, me abrazaba.

El árbol indescifrable
en el jardín suspiraba,
las majestuosas palmeras
inconscientes con su dádiva
de los dátiles compactos
que en la lluvia golpeaban
y aquel barquito de vela
con su eterno error de fábrica:
el pedacito de vidrio
blanco que al vitral faltaba.

¡Qué inquietante soledad
en el patio se palpaba,
ni siquiera el colibrí
que las plantas revoleaba
me vino a decir adiós
en esta tarde nublada!

¿Por que yo he de clausurar
esa casa bienamada,
la última Palafox
que, contenta, la habitaba?

¿Por qué entre tantos parientes
cargo la tarea amarga
si ni siquiera nací
en Valdivia con Bretaña?
-¡Estarás mejor que aquí!
-mi cerebro me increpaba
pero la infame nostalgia
en mi corazón lloraba.

Cuando al fin cerré el portón,
levemente lloviznaba.

Ana Zarina Palafox Méndez
14 de febrero de 2012

 

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