La piratería: una forma no
consciente de resistencia civil

Les voy a contar un "cuentito" que no es del todo ficticio:

Había una vez una comunidad en una sierra de México. Eran muy felices porque todo lo que necesitaban estaba a la mano. Tenían campos para sembrar, seleccionaban ellos mismos sus semillas, y sabían qué tratamiento darle a la tierra para que fuera productiva. De las plantas silvestres del lugar, había algunas que les servían para evitar las plagas de sus cosechas.
Así, bien provistos, tenían la panza llena y mente y alma despejadas para preocuparse por lo espiritual y trascendente, además de saber que el entorno estaba vivo como ellos, y merecía respeto, como ellos. Amaban a la Tierra, y la consideraban su Madre.
Cada vez que alguien nacía, se casaba o moría, hacían fandangos. Traían una tarima para bailar, se acomodaban los músicos alrededor y tocaban, mientras los bailadores subían por turnos a la tarima y hacían gala de sus mejores contribuciones rítmicas que se entrejían con las notas que invadían el ambiente. Así se divertían.
Si la ocasión era motivo de alegría, como el nacimiento de un niño, se hacía el fandango con mucho gusto. Si alguien había muerto, acompañado de otro tipo de rituales de despedida también había fandango, porque consideraban que era su deber divertir al difunto para que se fuera contento. Y los fandangos estaban presentes no sólo en los ciclos de vida, también en las fechas comunitarias: fiestas patronales, pascuas y algunas otras relacionadas con rituales de los que ya nadie recordaba el origen, pero se seguían celebrando, aunque los de fuera decían que eran paganos.
No había dificultad alguna para hacer el fandango cuando se les viniera en gana: la tarima, así como los intrumentos musicales, estaba hecha con maderas de la región, que les sobraban. La ropa de todos la cosían las mujeres, con materiales que producía la misma comunidad y otros que eran producto del intercambio de sus excedentes agrícolas con gente de otras comunidades. Los sones eran de ellos mismos, así como los versos, que narraban historias de la misma zona o describían animales, leyendas, y personas también de ahí.

Pero un buen día les llegó el progreso. Un tal Vasconcelos había dicho que la única forma en que el país podía crecer era integrando a todos sus habitantes a la cultura universal que imperaba ya en las capas superiores de los centros urbanos. Con las mejores intenciones progresistas, formó cuerpos de misioneros culturales que llevarían las bellas artes y la educación básica al alcance de los inditos. Montones de artistas, maestros y científicos hicieron la loable labor de luchar contra la ignorancia de los pobres que habían estado aislados y sin poderse enterar de que el resto del mundo iba hacia adelante.
Después de tan excelso apóstol, vinieron otras facilidades, maravillas de la ciencia. En zonas que habitualmente trabajaban de día y dormían de noche, se pudo por fin tener electricidad, y estar despiertos e iluminados a cualquier hora, sin depender de los caprichos del sol. En zonas autónomas, llegaron por fin las carreteras, y sus habitantes se enteraron de que lo que sus pueblos producían no era suficiente, que en otros lugares lejanos la gente era gente porque se vestía bien, tenía buenas maneras y finos modales. En fin, se empezaron a dar cuenta de que ellos, en su pueblo, estaban atrasados, ignorantes e incultos.
Llegaron entonces las máximas maravillas de la tecnología civilizada: el cine, el radio y la televisión. Con ellos supieron que estaban muy pobres, y que necesitaban muchísimas más cosas de las que la Madre Tierra les podía dar, que sin ellas no eran civilizados.

Los fandangos pasaron entonces a segundo plano. Así como las siembras y la ropa que ellos mismos hacían. Los de fuera los convencieron de trabajar como albañiles y jornaleros fuera de su tierra, para poder juntar dinero y comprar las cosas que hacían falta. Muchos incluso se fueron tan lejos, que cruzaron la frontera del país porque mientras más lejos, más dinero podían enviar a sus casas.
La comunidad quedó sin hombres, y las mujeres solas no hacían fandangos. ¿Para qué, si el fandango tenía también la función de facilitar los cortejos, armar matrimonios, presentar a las hijas, y ya no había hombres? ¿Para qué, si ya se podían entretener con las telenovelas?
Pero los hijos que iban creciendo, y se quedaron ahí por alguna razón, sintieron la necesidad de escuchar y bailar la música cuando quisieran, y hasta tocarla ellos mismos. Pero no lo que tocaban sus abuelos ignorantes y desafinados. No, querían tocar la música de moda, la buena. La que en la televisión cantaban esos muchachos y muchachas guapísimos y sonrientes. Vaya, la música moderna.
No les bastó el radio, con el dinero que les mandaban sus familiares trabajadores, compraron tocadiscos, estéreos, CD´s, karaokes y DVD´s. Pero también tenían qué comprar los discos, para poder escucharlos a la hora que querían, y no esperar a que la radiodifusora los pusiera.
Para los que querían tocar, fue más caro, porque tuvieron qué pedirle a sus parientes los carísimos instrumentos que se usaban el la tele: guitarras decentes, bajos eléctricos, baterías... y también camisas de telas especiales y cuerdas y baquetas y tantas cosas.

Ante la dificultad de generar dinero para conseguir todas esas cosas, los de la comunidad, en cuanto pudieron, empezaron a copiarlas. Primero, a grabar los discos en caset (con uno que tuviera el disco, se podían hacer copias para todos, y hasta vendérselas a los extraños). Después, a hacer las ropas ellos mismos, imitándolas tan bien, que hasta la misma marca les bordaban, y muy pocos distinguían la diferencia. Y así después con los CD´s, los instrumentos y todo lo que se habían visto forzados a comprar de fuera.
Cuando iban a los mercados de la zona, se empezaron a encontrar con que las otras comunidades -y hasta las ciudades grandes- habían hecho lo mismo. Por cada producto foráneo, había un equivalente local imitándolo.
Poco a poco los que habían hecho negocio a costillas de ellos fueron quebrando, ya que la gran comunidad que formaban todas esas pequeñas comunidades se volvió a apropiar de los productos que usaban, aunque ya fueran otros. Y de nuevo fueron felices y autónomos, y vivieron divirtiéndose para siempre.


Como moraleja, retomo el cuadro de la Teoría del Control Cultural de Guillermo Bonfil Batalla (ver artículo de él completo) :

 

Decisiones

Elementos culturales

Propias

Ajenas

Propios

cultura AUTÓNOMA

cultura ENAJENADA

Ajenos

cultura APROPIADA

cultura IMPUESTA

 

Nuestra comunidad feliz y AUTÓNOMA tomaba decisiones propias sobre sus propios elementos culturales (artísticos, económicos, alimenticios, tecnológicos...).

Una cultura invasora, además de tomar como suyo el territorio donde habitaba nuestra comunidad feliz, le IMPUSO un gran número de elementos culturales que le eran AJENOS, haciendo a nuestra comunidad feliz depender -de una manera desigual- del intercambio comercial con la cultura invasora.

Nuestra comunidad ya no fue feliz, al estar convencida de su inferioridad al respecto de los otros. A sus hijos les enseñaron, con el tiempo, que para estar bien, ser adecuados y vanguardistas, tenían qué parecerse más y más a los otros.

Pero todo proceso de IMPOSICIÓN está acompañado, tarde o temprano, de un proceso de APROPIACIÓN, que ayuda a equilibrar las cosas.

En el caso particular de la piratería -así llamada por la cultura dominante- surgen varios planteamientos:

1. El derecho de autor nos protege -utópicamente- del usufructo de nuestro trabajo intelectual, así como hacen las patentes con nuestro trabajo tecnológico. Pero, por sus condiciones de aplicación, es un ejemplo más de que la ley protege al fuerte contra el débil.
Las leyes vigentes sobre derechos de autor en Latinoamérica surgen del CONVENIO DE VIENA. ¿Quién nos hizo creer que nuestras culturas se parecen a las de Viena?

2. Yo produje hace tres años un disco: seleccioné los temas, mi compañero y yo hicimos los arreglos y tocamos y cantamos todo, hice el diseño de portada, pagué el tiempo de estudio y la maquila de la producción, escribí los textos del folleto explicativo. Lo coloqué como producto terminado para su distribución con un buen amigo de amplia experiencia en el ramo (él incluyó en la distribución el pago de los derechos de autor resultantes de los temas que grabamos) y que es, sobre todo, probadamente honrado. Estoy segura que no me está robando, ni haciendo dinero a costa mía. ¿Por qué, si mi disco lo pagué y produje yo y se vende en las tiendas a más de $120 pesos, recibo solamente $38 pesos por cada uno? ¿Qué pasa en el caso de los autores e intérpretes que trabajan con la delincuencia organizad... (perdón, las GRANDES DISQUERAS)

3. En casos como el de nuestra comunidad feliz y autónoma, lo que se toca, canta, siembra, borda, cose, cocina y cualquier otra producción, NO PERTENECE A NADIE. Las regalías generadas -así como la plusvalía resultante del intermediarismo- no se pagan ni se cobran: simplemente NO EXISTEN. ¿Qué "$%&"#$% tiene qué hacer el convenio de Viena aquí?

4. ¡¡Viva la piratería!! Nota: a este artículo no lo protege ley alguna, porque no se me da la gana. Si alguien gusta de él -o de cualquier otro de esta página- puede tomarlo, y darme crédito como autora sólo si se le da la gana.

Ana Zarina Palafox Méndez
Diciembre de 2004

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