El son jarocho y el encanto I

En el pasado mes de abril, fuimos invitados a un coloquio "Fuimos, somos, eran, son, red que va tejiendo el son", organizado por la Licenciatura en Historia del Arte de la Universidad Cristóbal Colón, en el Puerto de Veracruz. Allí me encontré con Andrés Moreno Nájera, profesor de secundaria, director de la Casa de la Cultura de San Andrés Tuxtla y pilar del grupo "Cultivadores del son". Andrés Barahona me había dado la noche anterior magníficas referencias de su tocayo, de su trabajo comunitario y su gran humanidad. A mí me llamó la atención su ponencia: "el son jarocho y el encanto", hablando de esos límites difusos entre el "mundo real " y "el otro" que se viven en las comunidades de la Sierra de Los Tuxtlas. Obra de la "causualidad", ese martes, terminando de comer, todo el mundo tenía algo qué hacer fuera de la Universidad, y me dejaron con Andrés Moreno -quien se tenía qué quedar ahí a esperar al resto de "los cultivadores", porque se iban a presentar más tarde. Fueron alrededor de tres horas de plática. Ésto detonó que me quisiera acercar más a esa región, a Andrés y su trabajo, y al encanto. Anduve preguntando por él en este foro, uno de sus cultivadores me facilitó su número de teléfono, aunque jamás le hablé, por no saber con precisión cuándo podría aparecerme por allá.  El cuatro de Julio, Gerardo Alberto Ávila envió un texto de Andrés que explica algunas cuestiones que han alejado a los soneros campesinos de los Encuentros -y de los fandangos posteriores a estos- que termina así:  Es importante que ahora que han surgido un número muy grande de instructores de son jarocho y zapateado dentro y fuera del estado, se tomen la molestia para conocer las raices culturales de nestros pueblos y nuestras etnias en sus diferentes regiones y en las diferentes expresiones del son jarocho.

Se dieron las circunstancias para viajar, y llegué a San Andrés el 12 de julio, arguyendo que me sentí invitada por ese correo, jeje. Les voy a ir compartiendo mis vivencias, animada por el mismo Andrés, para quienes -como yo hasta hace poco- no han vivido esta tan especial forma de relacionarse a través del son, y a través de las puertas entre ambos mundos. Serán textos muy largos, porque hay muchas cosas qué explicar. Todos tendrán en el "asunto" la misma frase que este mensaje, numerados. Lo que quiero decir es que, a quienes les de flojera leer, están advertidos, simplemente bórrenlos. Los párrafos en cursiva son comentarios que me iba haciendo Andrés Moreno -aunque no necesariamente en ese momento.  

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Uno de los días que pasé allá, fui a un "velorio de cabo de año" de un músico de San Andrés, Juan Mixtega Baxin, que tocó durante años con "Los cultivadores". Llegamos a las 9 de la mañana a la casa donde "guardan" a la Virgen de los Remedios. Nadie me preguntó de dónde era, ni comentaron si era güera, mujer o chilanga. Simplemente me vieron llegar al igual que todos con jarana, afinarme "por variación" y arrimarme a tocar, y eso bastó. Al terminar ese primer son, entre todos nos dimos la mano. Éramos una comunidad.

Arrímate, sin miedo. Aquí nadie te va a bajar a codazos de la tarima. Nomás arrímate y toca. Aquí no hay egoísmos, se trata de divertirse.

Después de unos tres sones "para ir calentando", salimos a la calle para dejar paso libre a quienes cargaron la imagen, que fue colocada al frente de la procesión. Junto a ella, el "maestro cuetero", soltando subidores de tanto en tanto. Inmediatamente detrás, en columnas paralelas, las mujeres rezanderas (y cantadoras) y, hombro con hombro, los jaraneros (me dio un shock cognitivo saber que no le dicen son jarocho, sino "abajeño"...). Mientras ellas cantaban himnos católicos alternados con rezos, nosotros íbamos tocando, primero un jarabe eterno, y luego un zapateado longevísimo. No quiero decir que alternábamos con ellas, íbamos al mismo tiempo, ellas cantando y rezando, y nosotros tocando sones. Atrás de nosotros, la gente que acompañaba nomás. Tras una hora de caminata, en esas calles de subida y bajada, llegamos a casa del difunto.

A los difuntos hay qué rezarles, por supuesto. Pero también hay qué divertirlos, para que se vayan satisfechos. Vas a ver que en la noche hay hasta fandango. Hoy que es cabo de año, se termina el luto. Pero si un día te toca asistir a un novenario, vas a ver que el séptimo y el noveno día también se hace fandango y, si el difunto es niño, pues diario, porque se considera que los niños no tuvieron tiempo de divertirse lo suficiente.

Allí ya tenían despejada una habitación grande, con una mesa para poner a la Virgen, rodeada con un arco de hierbas aromáticas y unas flores blancas que parecían lirios chicos. Entraron nomás los "cargadores", a depositar la imagen. Los demás seguimos tocando afuera, donde llegaba gente con jarras de agua de jamaica y horchata, y vasos, para darnos de beber. Yo ví que Andrés Moreno, después de tomar el agua, cómodamente puso su vaso vacío como sombrero en el cabezal de su jarana. Me pareció buen sistema -no sabía qué hacer para guardar mi vaso-, hice lo mismo y me incorporé al son de nuevo. Los aguadores cambiaron de oficio, y empezaron a repartir platos desechables con mole y arroz. Mis tripas gruñeron pero, como no vi que los músicos fueran servidos, no intenté recibir mi tan deseado plato. Después de un siquisirí largo -para entonces ya éramos más de 20 músicos-, nos avisaron que pasáramos a la mesa.

Ningún músico cobra, pero ellos tienen un lugar privilegiado, son los únicos a quienes se atiende en el comedor de la familia. Además, en la noche, cuando te vayas, te van a dar una bolsa de tamales. Los músicos saben que no van a llegar a su casa con las manos vacías. Ellos cumplen una función importante en la comunidad.

Efectivamente, nuestros platos estaban mejos servidos que los demás, había un cerro de tortillas, y a todos nos preguntaron si queríamos repetir. Comimos hasta hartarnos y en eso estábamos cuando uno de los músicos más jóvenes le dijo a Juan Polito (un guitarrero maravilloso de noventa y tantos años): -Oiga, TíoJuanito, ¿al rato me da una rameadita? Entonces, de regreso al altar de la Virgen -donde además había fotos del difunto- TioJuanito, ayudado por su hija, tomó un manojito de hierbas y flores del mismísimo arco del altar, y comenzó a limpiar al joven jaranero. Lo mismo hizo con otros cuantos músicos.

Cuando alguien te limpia, como lo está haciendo TíoJuanito, automáticamente se convierte en tu padrino. Y entonces tiene el deber de orientarte en las cosas que le vayas preguntando -en este caso, de la música- pero tú también le debes el respeto que le tienes a cualquier otro padrino. Y no sólo se limpia a la gente, también limpian a sus intrumentos, cuando piensan que alguien les hizo un mal.

Impresionada con todo esto, volví a salir a tocar un poco más. Los músicos con los que íbamos se regresaron al centro de San Andrés, y mis compañeros y yo fuimos a cambiar las cosas de hotel, antes de que fuera más tarde.

Aunque nosotros nos vayamos, aquí se pueden quedar, va a haber gente todo el día: unos músicos se cansan y se van, pero otros llegan y los sustituyen.

Hicimos otras cosas en la Casa de Cultura en la tarde -Andrés estaba dando un curso de zapateado de sones viejos-, y como a las siete agarramos camino de regreso al velorio, ahora en taxi. Y, efectivamente, había otros músicos, tocando con algunos de los que habían estado en la mañana. Llegué sin preguntar nada, me fui afinando -estaban un poco más altos que en la mañana, o mi jarana se había bajado, no puedo ni quiero saberlo- y, cuando terminó el son que estaban tocando, les di la mano a todos y me incorporé.

Debería alguien de hacer un registro fotográfico de la manera en que los músicos adornan sus instrumentos: estampas de la Virgen, de Jesús, hasta fotos de sus familias, incrustaciones... hay un jaranero que trae en su tercera unos foquitos que se prenden al ritmo de lo que está tocando, y llama mucho la atención en los fandangos en la noche. ¿Por qué no lanzas la propuesta al foro, de que cuando viajen con cámara, les tomen fotos a los instrumentos, y les pregunten nombre y procedencia? Así vamos armando entre todos un archivo. Hay tanta cosa qué hacer, que el tiempo no me alcanza a mí solo.

-¡¡Oiga!! ¡Qué gusto me da conocerlo! Ya me habían hablado de su jarana con foquitos, se ven muy bien, alegran el son... -Gracias, pues sí, como trabajo un poquito en la electrónica, pues nomás agarré un diodo, unos pedacitos de cable, unas pilas y unos foquitos piloto, de esos que tienen los aparatos de sonido. Mire la que trae mi compañero, también es mía. No tiene focos, pero así, bien barnizada y limpia, así es como me gusta traer los palos, bien cuidaditos. Y estoy pensando que en una guitarra se le podrían poner varios diodos a lo largo del brazo, por atrás, para que, dependiendo de dónde estás pisando, se prenda un foco diferente. Lo que no he comprendido es cómo ponerlos para que no lastimen. -Oiga, ¿y si hiciera una canal, para que queden abajo de la mano? -Eso no -con una sonrisa casi de conmiseración hacia mi urbanísima falta de lógica-, eso lastimaría al instrumento... -Pues sí... tiene usted razón -dije, a modo de disculpa torpe. Lo más decoroso fue seguir tocando, sin perder de vista los foquitos, y sin perder "de oído" el güiro de don Gabriel, ayuda invaluable para no perder el ritmo...  

Noté que, junto con TioJuanito -que ya a su edad debe estar sentado- los Cultivadores entraron a tocarle a la Virgen. Yo no me podía despegar de inmediato, porque estábamos a medio son con los señores de Comapan (sí, así, los grupos no tienen nombre, ni siquiera hay grupos formalmente constituidos, simplemente se les distingue por su lugar de procedencia). Me pareció grosero alejarme de allí tan de repente. Ya cuando terminó el son y quise unirme, estaban por terminar, tocando el huerfanito. Ya ni intentar entrar. Entonces salieron, y se fueron hacia la banqueta de enfrente. De una casa los llamaron, para que TíoJuanito se fuera a sentar al patio. Me acerqué, para descubrir que les estaban grabando algunos sones antiguos a personas que venían de California.

Cuando no hay tarima, o no ha llegado todavía, los músicos aprovechan para hacer un recorrido por sones que ya casi no se tocan, casi siempre porque la gente ya no sabe bailarlos.

Dos sones más, y llegó la tarima. Mis compañeros y yo casi queríamos quemarla, para seguir oyendo el Cupido, el Capotintin, la Bruja (la vieja, no la "marisquera")... Pero en fin, ya le habían acomodado su silla a TíoJuanito frente a la tarima, ya se habían acomodado los Cultivadores (y otros) alrededor, y había empezado el Siquisirí. Andrés me había prestado desde la mañana un requinto maravilloso, cómodo y sonorísimo, y estaba yo descubriendo el canto tan especial de la afinación "por variación", donde la tercera cuerda, usada de forma adecuada, mueve todo el Cosmos.

Aquí esta jarana pequeña no se llama mosquito, no sé de dónde habrán sacado eso. Se llama requinto, y aquel instrumento punteado no se llama requinto, sino guitarra. Y hay requintos-guitarra que les llamamos punteadores.

Además, mi mano derecha -que ha estado lastimada hace dos años- estaba portándose de maravilla, volando como llevada por los otros jaraneros, por los pies de las bailadoras... no había confusión en el fandango, los músicos respetaban los turnos de los demás para pespuntear, dibujar el son, y las jaranas iban sencillas, sin contratiempos ni floreos. Era para tocar toda la noche. Nos fueron llamando por turnos al comedor. Ahora, tamales de elote y de masa, paradisiacos. Y chocolate. Al regresar, todavía sin sumarme al fandango, escuché que alguien, en el jarabe, estaba empezando a improvisar décimas -¡ay, Dios, y yo que me estaba alejando del vicio!- y además, escuché que mentaba mi nombre -un abrazo gigantesco, Isis Lázaro y José Luis Constantino, donde sea que estén-. Pos ya nimodo, me arrimé a trovar, ante la expresión indescifrable de un joven Yacatecuhtli que resignado dijo por lo bajo: -Éstos ya se trabaron... Pero en ningún momento dejaron de turnarse las parejas en la tarima y, al final de cada estrofa, la música cobraba de nuevo gran intensidad. No sé cuánto duró aquello, espero que menos de dos horas -por respeto a quienes dicen que el repentismo "parece mas un desfile de vedettes versadoras"-. Y siguió el fandango, hasta que el gallo cantó y cantaron el Gallo.

Mañana llegan otros músicos, para acompañar a la Virgen de regreso a su casa. Y aquí el luto ya está levantado, ya la gente se va a vestir normalmente, ya pueden ir a las fiestas, en fin, regresan a su vida cotidiana.

Empezamos a caminar de regreso al centro.

Ana Zarina Palafox Méndez
Julio 2004

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