Los adornos en la música
de la Cuenca del Balsas

De las manifestaciones musicales en Tierra Caliente, el estilo calentano o música de tamborita –Cuenca del río Balsas- posee una riqueza extraordinaria en la interpretación del violín.

Entendemos por música de tamborita al repertorio interpretado a lo largo de los años por los conjuntos de tamborita, también llamados conjuntos de arrastre o de cuerdas. Éstos constan de uno o dos violines (en contados casos, tres), una o dos guitarras sextas y la tamborita –que le da nombre al conjunto y es un pequeño tambor de dos membranas de cuero de chivo o vaca sobre un cuerpo cilíndrico de madera escarbada y tensadas con cintas de cuero sobre un aro de madera de parota.

Antes se acompañaba con una guitarra llamada panzona o túa, afinada en medios-graves, que ha caído es desuso por la dificultad para tocarla, ya que sus gruesas cuerdas fabricadas con tripa son muy tensas al rasgueo. Unos pcos grupos jóvenes han retomado el instrumento, aunque afinándolo como vihuela, con encordadura industrial de mucho menor calibre.

La música de tamborita se extiende en la Cuenca del Río Balsas y zonas cercanas; comprende los municipios de Ajuchitlán del Progreso, Arcelia, Coyuca de Catalán, Cutzamala del Pinzón, Pungarabato, San Miguel Totolapan, Tlalchapa, Tlapehuala y Zirándaro de los Chávez en Guerrero; Carácuaro, Huetamo, Nocupétaro y San Lucas en Michoacán. A diferencia de otras músicas, en que el violín convive horizontalmente con los instrumentos armónicos y respeta ciclos armónicos invariables, el violinista calentano se reserva el derecho de ensamblar frases melódicas a capricho, incluso irrumpiendo en la estructura amónica y modificándola. Estas frases melódicas –emparentadas con la ornamentación barroca- son llamadas adornos y, aunque ocasionalmente se improvisan, lo habitual es que el intérprete tenga un acervo en su memoria para hacer el trabajo de ensamblarlos. El orden de ensamble y el virtuosismo para tocar estos adornos son los que provocan reacciones en los oyentes y rigen el desenvolvimiento de los bailadores.

Lo anterior hace que, en sones y gustos, la división conceptual entre autor e intérprete se disuelva, toda vez que el autor define un tema principal y un ciclo rítmico-armónico pero cada violinista la complementa con este rompecabezas de adornos, dándole un matiz tan personal que puede hacer la pieza casi irreconocible para un observador no familiarizado con estos géneros.

Incluso en las piezas fijas (pasodobles, valses, etc.), el violinista incluye variaciones, y en la zona es deseable que lo haga. Todo esto provoca que el intérprete que inicia necesite acopiar adornos y crear los suyos para ir incrementando sus posibilidades interpretativas.

La manera en que esto tradicionalmente ocurre es que el violinista escucha a un colega tocar, y aprende los adornos que le gustaron. Puede utilizarlos tal cual, o variarlos de algún modo. También genera los propios, a partir de alguna improvisación inspirada y afortunada, o practicando en casa, y éstos también son memorizados.

Pero esta transmisión natural se ha visto disminuida como se han visto disminuidas las ocasiones musicales por causas variadas, muchas de ellas ajenas al campo estrictamente musical. La migración, abandono del campo y pérdida de espacios familiares y comunitarios son algunas de ellas. Afortunadamente en este nuevo siglo se están generando nuievas formas como talleres, campamentos didácticos y manuales, para suplir las anteriores. Esperemos a ver qué pasa.

Ana Zarina Palafox Méndez
Julio de 2008

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