El magnomegasuper concurso de ofrendas

 

Anunciaron el mayor concurso de ofrendas que se haya visto jamás. Muchos miles de pesos de premios, además de financiamiento para el montaje: toda familia o escuela que se inscribiera tendría $10,000 pesos para comprar lo necesario para que su ofrenda luzca. En todo el país, esta población es famosa por la dedicación que ponen los vivos a recordar, conmemorar, festejar, recibir y consentir a sus difuntos queridos. Dicen que son tan dedicados que reciben hasta a los que, en vida, no fueron buenas personas. Dicen que una organización internacional inscribió este festejo en una lista de tesoros culturales y que eso tiene la ventaja de atraer mucho turismo, por eso el alcalde consiguió los recursos para organizar algo de tal magnitud. Dijo que lo erogado sería a ser poca cosa comparado con lo que la derrama turística va a aportar al pueblo. En la radio local, en la televisión de paga, en el periódico, con carteles y hasta perifoneo bombardearon con la difusión. Largas filas se formaron en la ventanilla única de la alcaldía para llenar la solicitud, entregar las copias de identificaciones, comprobantes de domicilio -para asegurar que realmente fueran habitantes de ahí- y, lo más importante, recibir los $10,000 para la ofrenda, una por familia. Dicen que a la fotocopiadora de la farmacia -la única que funciona en el pueblo- se le acabó el toner cuatro veces.

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Al parque llegaron cuadrillas de peones para podar las ramas desordenadas de los ficus que ya habían crecido libres muchos años. Los dejaron con casquete corto y al ras de las veredas marcadas en el concreto del suelo. Después llegaron con polines y hojas de triplay para hacer las armazones de las ofrendas homogéneas y que todos los concursantes tengan la misma oportunidad de lucir. Durante muchos días los pobladores abarrotaron las dos tiendas del lugar; agotaron las veladoras, acabaron con las velas de sebo, con los candeleros, los pebeteros, el copal y empezaron a excursionar a los poblados cercanos; los más pudientes llegaron hasta la capital del estado para llenar las cajuelas y cajas de sus camionetas con flores y frutas, papel picado, más velas y veladoras, cirios, calaveritas de azúcar y chocolate, por supuesto y botellas de bebidas diversas, cajetillas de cigarros, juguetes y cuantos objetos apreciaron en vida los muertos.

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La televisión nacional hizo eco de la noticia. Un par de revistas de entretenimiento, otras de turismo y hasta una de antropología comentaron el suceso, invitando a los viajeros a disfrutar el espectáculo. Dada la pobre infraestructura hotelera -un edificio pequeño con cinco cuartuchos divididos con aglomerado de pino de segunda que normalmente sólo se alquilaban por horas-, muchos pobladores se agolparon con sus familiares en una sola recámara para poder alquilar las otras a la enorme multitud que empezó a llegar. El pueblo nunca se había visto tan retacado de humanidad. Las señoras más astutas fueron las primeras en abrir sus zaguanes con sillas y mesas plegables, banquitos de plástico y hasta huacales para alimentar a los visitantes a precios muy elevados, por supuesto. El resto de las familias estaban aplicadas ya en vestir las estructuras de madera con manteles, telas oscuras, mantelitos de encaje o papel de china y papel picado, dependiendo del estilo elegido para la tradición de cada ofrenda.

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El día del concurso, exactamente el 1 de noviembre, todo el pueblo estaba en el parque. Concursantes, visitantes, jurados, el alcalde con su corte de besamanos, observadores varios y hasta un grupo de la Escuela Nacional de Antropología que decidieron hacer del fenómeno un proyecto de investigación. El parque lucía espléndido. Todos los colores del arcoiris se reunieron en las ofrendas. Los maestros de escuela se pulieron organizando a sus alumnos en equipos para investigar los altares de muertos de diferentes regiones. Incluso reinventaron algunos con elementos folklóricos de zonas donde jamás se ha acostumbrado poner ofrenda a los difuntos. Los $10,000 alcanzaron a las familias para ofrendar a sus muertitos más de lo que nunca les dieron en vida. Ollas inmensas llenas de platillos suculentos, enormes botellas de tequila, cantidades tan exhorbitantes de fruta que parecían puestos del tianguis más que altares y montones de flores: cempasúchil, garra de león y flores blancas para los angelitos. Era una hermosura el pueblo. El alcalde, además, echó la casa por la ventana y no escatimó en la verbena popular. Varios templetes con sonidos pésimamente ecualizados pero eso sí, "bien fuertísimos" dónde se presentaba un desordenado ramillete de grupos musicales de muy variados géneros y más variadas calidades. La comitiva de jurados comenzó desde el mediodía a recorrer las ofrendas. Muy modernos, llevaban los formatos para calificar digitalizados en sus tablets. Iban y venían, preguntaban algo a los expositores, corregían en la tablet, avanzaban, se detenían, hablaban entre ellos y volvían a apuntar. Dijeron que los jurados eran gente de mucha experiencia. Se habló incluso de que uno fue calificador de un reality show en la televisión. Vaya, gente muy importante. La tensión aumentaba conforme avanzaba el día. El Sol, cansado ya del ajetreo, se estaba preparando para dormir. Entre la luz grisácea del crepúsculo, se escuchó en el templete alguien golpeando el micrófono con mucha fuerza: -Probando, probando... Todos los músicos del resto de los templetes fueron guardando silencio. Incluso apagaron la estridente bocina USB de un puesto oportunista de colecciones piratas. La multitud también guardó silencio poco a poco. -Probando... Buenas noches -la voz dulce de la exhuberante secretaria particular del alcalde dominó la escena-. Distinguidos visitantes, participantes entusiastas, escuelas primarias y secundarias, comerciantes, invitados de honor, periodistas... Todos los concursantes escuchaban con un nudo en el estómago.

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Entretanto, como ya iba cayendo la noche, a todas las casas del pueblo fueron llegando almas desde el más allá que venían muy ilusionadas por ser la única noche al año que les es permitido visitar a sus familias. La ilusión se les apagó cuando encontraron todas las casas vacías. Nadie les dejó ni siquiera un vaso de agua. Se regresaron llorando.

 

Ana Zarina Palafox Méndez
14 de abril de 2018

 

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