De la milpa al puchero
13 años de historia reciente en la Tierra Caliente

Yo había dejado de ver a Lindajoy Fenley, después de participar con ella varios años en las actividades que realizó en la Cuenca del Río Balsas con su Asociación Civil Dos Tradiciones, quehacer que me había hecho llegar por primera vez el año 2000 a la Tierra Caliente, y tomar en serio el trabajo de promoción cultural. Yo antes sólo conocía sus músicas por grabaciones.

Después del trabajo en Dos Tradiciones, tuve un problema neurológico grave, con un fuerte impacto emocional, y una parálisis del brazo derecho que me dejó durante años fuera de combate como músico intérprete. Apenas estaba empezando a salir de eso.

El 2 diciembre de 2006 hubo un Encuentro Nacional de Músicos y Promotores llamado "Son Raíz" en Tlayacapan. No fui a tocar, sino a levantar la memoria en video, y fue la noche de un día mágico, en que retomé contacto con varios músicos, y eso me llevó a un recuento de vida que me tenía sobrecargada de emoción.

El instante climático fue cuando unos niños que no conocía, empezaron en el escenario a tocar "Viva Tlapehuala", pieza que Don Juan Reynoso había usado muchos años como rúbrica al empezar y terminar una presentación. Desafinados e imprecisos, sí, pero tenían el gran valor de estar ejerciendo una identidad musical que parecía estar en extinción, y que recreaban solamente violinistas que, para esos años, ya estaban muriendo de viejos.

Pensaba en eso, cuando inesperadamente veo a Lindajoy frente a mí. Yo no tenía conocimiento de que estaba en México, siquiera. Al verla en Tlayacapan, y con ese fondo musical, me le lancé a los brazos, llorando de forma escandalosa. Entonces vino la revelación, varias imágenes sucesivas, en pocos segundos:

Voy sola, en un lote baldío, yermo, comiéndome un elote por puro y egoísta placer. Al hincarle el diente, unos granos se desprenden y caen al suelo. No les hago caso, pienso que es basura orgánica y no los levanto. Sigo mi camino.
Diez, quince años después, paso por el mismo lugar, y veo una milpa preciosa. Recuerdo que era un terreno antes baldío, y me acuerdo de mi elote y sus granos caídos. Comprendo que germinaron, aun cuando intención no era sembrarlos. Al mismo tiempo reconozco que, así de grande que es la milpa, no son sólo mis granos; tuvo qué haber muchos otros "tragaelotes", era un trabajo compartido.

Pero como sé que también fueron mis granos, me siento con derecho de cortar unos elititos ya sazones, para cocerlos y comerlos aquí en casa, solita, como un disfrute muy íntimo, sin pretensiones protagónicas. Pero, al cortarlas, se me cayeron más granos, y yo tuve ya conciencia de lo que iba a pasar con ellos.

Mi metáfora de los granos de maíz está más que multicitada, y ha sido mi guión de vida en los últimos 4 años, pero, con la presencia de Lindajoy en el V Encuentro de Músicos y Bailadores de Tierra Caliente, creo que pasamos a la metáfora del puchero. Me explico largamente:

El sábado anterior al Encuentro en Manzanillo, Linda fue a un Thanksgiving con una amiga que tiene en el DF. Regresó con los huesos de dos pavos, para hacer un caldo.

Al principio fue una especie de pesadilla hilarante. Mi casa estaba llena de olor a sebo de pavo, el piso repleto de cartílagos y pellejitos que, con la mejor intención, Linda les compartió a mis gatos pero éstos, más melindrosos que yo para la comida, no los usaron para alimentarse, sino para jugar. Arriba de la estufa estaban dos ollas gigantescas y humeantes. Al caldo de la cena del domingo le faltaban verduras, sabía a piel de pavo a secas, y le tuve qué poner una cucharada sopera de sal a mi plato para lograr comérmelo.

Para el lunes, Linda le había agregado col, jitomates y elotitos criollos de la cosecha de mi jardín. Ya no daba miedo, sabía mejor. Los cartílagos y pellejos restantes, que Linda había dejado en el refri para mis gatos, los tiré muy discretamente, aprovechando que pasó el camión de la basura. El hecho de que las verduras del caldo fueran de mi cosecha, le agregó algo de mí a la sopa.

El martes en la noche llegaron a cenar Antonio y un decimista cubano, Emiliano Sardiñas. Linda ya había tenido un ratito creativo, y encontró oportunamente la recaudería de mi calle. El apio y más sal lograron un puchero delicioso que cominos en comunidad fraternal, y hasta quedó para compartir el miércoles en la noche con Licha, la señora que vive aquí en el mismo predio. Terminado el caldo suculento y resueltos otros asuntos, el jueves salimos a Colima.
Entonces pasó todo lo que pasó allá que no tiene caso referir, se resume a 9 grupos, en su mayoría jóvenes, tocando en escenario, en fandango, totalmente enamorados de sus estilos musicales.

El lunes en la mañana yo ya creía que habíamos pasado a la etapa de descanso y reflexión. El rato que estuvimos Linda y yo en la playa fue para hacernos mutuos resúmenes lagrimeantes. Si les avisan que el nivel del mar en Manzanillo subió, ya saben de dónde salió el excedente de agua salada.

Pero todavía hubo otros regalos, como el inicio de transmutación de un músico, antes soberbio, que en la tarde de ese lunes estaba pidiendo instrucciones para que su corazón pasara del "yo" al "nosotros".
Cuando llegamos el martes a la Ciudad de México, vi los ojos de Linda hinchados. Me comentó que casi no durmió, y me contó una anécdota de los inicios de Paul Anastasio en Ciudad Altamirano:

Para llevar una vida barata, y hacer rendir el dinero para poder estar más tiempo con Don Juan Reynoso y otros violinistas, Paul dejó de hospedarse en hotel, y rentó un cuarto baratísimo, una como accesoria derruída (yo la conocí) que, por supuesto no tenía cocineta, ni refri. Paul se trajo una olla eléctrica de esas de cocimiento lento, y en la mañana salía por carne y verduras, las ponía a cocinar, y para la noche tenía un caldo sustancioso, sabroso y alimenticio. Me atrevería, por lo que vi, a suponer que Paul solamente se alimentaba de eso, y de las galletas Honeybran que traía siempre en su morral para entretener a la tripa durante el día.

Podrá imaginar el lector, o saber de cierto, que un caldo a medio cocer puede saber feo todavía y, si intentas probarlo, te queda la sensación de que desperdiciaste la comida en algo que no resultó.

Linda me comentó ese lunes que iba a escribirle a Paul, comparando la actividad de Tierra Caliente a sus pucheros de cocimiento lento. Completó la metáfora, diciéndome que una cosa que comprendió en esta visita (y que yo le había tratado de explicar en mayo, cuando estuve en California, pero no es lo mismo que te lo platiquen a verlo "de bulto), es que cuando se fueron de áquí desencantados porque "no pasaba nada", es que el caldo todavía no se cocía, pero se siguió cocinando, con los ingredientes que ellos le dejaron, mas los que otras personas les fueron agregando.

Me reí con Linda, y le comenté (ella no lo había notado) que ella ya había realizado el ritual simbólico de la metáfora, con su sopa de pavo de la semana anterior. El pavo es la aportación de los gringos, incluyendo los restos como fueron los violines de segunda mano que trajeron para regalar a tanta gente en la Cuenca del Balsas. Pero además es importante el símbolo del Thanksgiving, celebración donde se le agradece a la tierra americana el recibimiento, a través de verduras y aves nativas, tan nativas como las músicas del Balsas. En una segunda etapa, entran los elotitos de mi metáfora del maíz, producto de la pequeña milpa casera que sembré con una mazorca que me regaló Josafat Nava, del Centro Cultural "El Tecolote", en Arcelia, Guerrero.

Pero en la tercera etapa están ya los apios de la recaudería, la aportación de "los otros".

Vinieron los gringos calentanos, tomaron verduras nativas, iniciaron la cocción, y luego se fueron temporalmente, mientras, nosotros estábamos sembrando y disfrutando los elotitos. Y otras personas estaban cultivando sus apios. Si a esto le sumas el tiempo de cocinado, ya está delicioso el gran puchero.

¿No es increíble que pase tanto en trece años, contados a partir de que Juan Reynoso recibe en Premio Nacional de Ciencias y Artes, hasta el 5to. Encuentro en Colima? Y el Programa de Desarrollo Cultural de Tierra Caliente lleva 7 años en funcionamiento. Estoy profundamente emocionada, y refrendo mi amor por las variadas músicas de Las Tierras Calientes.

Ana Zarina Palafox Méndez
Diciembre de 2010

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