Religión

Mi papá nació en el seno de una familia católica practicante. Mi abuelo, desde que compró en 1920 su terreno en la recién fraccionada Colonia Zacahuitzco, construyó varias versiones del oratorio familiar, en la medida en que la casa pudo ir creciendo.
Estas anécdotas pueden ilustrar el compromiso religioso de mi familia paterna, antes, durante y despues de "la persecución [religiosa]", en el gobierno de Plutarco Elías Calles:

Las imagenes que contiene la iglesia de San Antonio Zacahuitzco fueron donadas por mi abuelo.

Contaba mi papá que una de las versiones del oratorio era una habitación de la casa, aparentemente dormitorio con clóset. Los domingos se retiraba la cama, se reacomodaba una mesa alta frente al clóset y este último, al abrirse las puertas, mostraba un altar. Ahí se oficiaba la misa.

Mi abuelo tuvo permiso vitalicio escrito por el Vaticano para dar validez a las misas que en su oratorio se oficiaran, incluso cuando, a la muerte de mi abuela, el oratorio y sus imágenes se mudaron con él a su nuevo domicilio. A media cuadra vivían "las Díaz Pensado", familia procedente de Banderilla, Veracruz. Varias veces salió mi abuelo, y un par de tíos abuelos, empistolados hacia esa casa, para traer al padre Guízar y Valencia a oficiar la misa del domingo, a la cual se sumaban, además de la familia directa de ambas casas, otros vecinos de Zacahuitzco. Iban entrando poco a poco, para no evidenciar su actividad religiosa.

Me casé por la iglesia en 1985. Después de un infructuoso intento de realizar la ceremonia en la Parroquia de San Juan Bautista en pleno centro de Coyoacán, las coincidencias hicieron que encontrara la fecha y hora que deseábamos en la Iglesia de Santo Domingo de Guzmán, en Mixcoac. Quedaba a unas cuadras de donde yo vivía, y está en la agradabilísima Plaza de la Campana, vieja sede del Ayuntamiento de Mixcoac.
Cuando empezó la entrevista con el padre, me estaba enterando por primera vez que hay tres sacramentos anteriores al matrimonio: bautizo, primera comunión y confirmación. Me bautizaron cuando nací, en la capilla del hospital; los otros dos, claro que no los tenía.
Pero el padre, en cuanto vió mi apellido, se disculpó y asumió que yo tenía todos los sacramentos en orden, y que no tenía comprobantes, por haberlos hecho en el oratorio de mi abuelo... que había realizado una magnífica restauración de la capilla de Nuestra Señora del Rayo dentro de esa misma iglesia, y celebró la misa de sus bodas de plata ahí, en cuanto se reinauguró, en 1945.
Me salvó el pedigree, y se realizó la ceremonia. Este último párrafo se puede tomar como la confesión de un acto grave, que yo ya no repetiría. Pero así sucedió.


Mi papá, en su calidad de oveja negra, desde muy temprana edad dejó la religión. Es más, pasando su primera comunión, externó su desacuerdo con servir de acólito. Afortunadamente, un padre inteligente convenció a mi abuelo de que no lo forzara, lo cual evitó conflictos mayores.
Esto hizo que me educara en un ateísmo casi fundamentalista. No me refiero a enseñanza laica, sino a un convencimiento de ser ateos y come-curas. Aunque mi madre -educada a la antigua- me enseñó de pequeña a rezarle al Ángel de mi Guarda, dejó de exigirme dicho ritual muy pronto.
Aunado ello a mi educación musical -formada por géneros de esos cuyo ámbito natural eran los bares de barrios bajos, como el tango- y la formación científica racionalista que cotidianamente tenía con mi papá, pues quedó dormida la cuestión religiosa por años.


No sé qué me contagió, si la Nueva Era y sus modas, si el hacerme más consciente e informada sobre el sincretismo de las Fiestas Patronales en nuestro país y sus relaciones cósmicas y agrícolas (a las que llegué montada en las músicas tradicionales), si mi curiosidad científica, o simplemente el gen Palafox siempre estuvo allí como bomba de tiempo, pero desde los años 90 me convertí en una "rata de simbolismos".
Círculos de danzantes, pirámides, astrología, estelas, glifos, Stonehenge, Atlántida, Lemuria y Mu... afortunadamente, la biblioteca de esoterismo ecléctico de mi madre -y que conservé cuando ella murió- me daba material de sobra para sanguijuelear en la cómoda intimidad de mi domicilio, junto a una taza de café y un cenicero.
En 1995 tuve la oportunidad de viajar a tocar a Francia. En uno de tantos trayectos en el autobús que nos habían asignado, y sin yo tener certeza de la región que visitábamos, en el crepúsculo se recortó una torre sobre el violáceo horizonte. La sensación que tuve fue indescriptible, grande. Sólo pegué un grito. El placer que sentía era del mismo tipo que debe ocurrir a los astrónomos cuando encuentran una galaxia nueva, ese derrame emocional sobre el intelecto. Al día siguiente me enteré que estábamos en Alsacia, en Haguenau -que, desde la ocupación francesa, se pronuncia parecido a agrnud- y a media hora en tren de la Catedral de Estrasburgo, propietaria de la torre que había visto.

Mi papá era fanático de la arquitectura gótica, y yo no le hacía mucho caso en ello. Las fotos que me había mostrado de, por ejempo, la Catedral de Colonia, me daban la impresión de estructuras de hierro -como el Museo del Chopo. Pero en Estrasburgo, de frente a la Catedral -que está guarecida por callejuelas medievales, casi tan angostas como lo eran en el S. XIII- casi caigo de rodillas.
La impresión que tuve fue que el edificio estaba repleto de información, que me estaba gritando conocimientos importantísimos, que le importaba mucho que yo escuchara... pero esa vez no le entendí nada. Era un lenguaje extraño.
A partir de esa visita, empecé a aprender con avidez todo lo que encontré relacionado con el simbolismo de la costrucción gótica. Y se abrió el abanico: Culto Mariano, Alquimia, tradiciones de Medio Oriente, Cristianismo Primitivo, Masonería... ¡¿Masonería?! ¡Si mi abuelo materno cubano (prerrevolucionario), cónsul y masón, en sus fotografías representaba cosas que jamás me han gustado: varones soberbios, seriesísimos, vestidos de traje y tratando de controlar política y económicamente al "pueblo raso"!
Masonería... en esos días, comentando con una amiga -que estaba ligada laboralmente al Opus Dei- me sorprendió su ofrecimiento de acercarme a masones, para que buscara ingresar. Este tema será motivo de otro largo texto, pero puedo comentar que ingresé, fui iniciada, recibí enseñanzas invaluables, y decidí alejarme en cuanto cambiaron algunas circunstancias y la obediencia a la que pertenezco fue invadida por varones como los que veía en las fotos de mi abuelo materno y pedían apoyo incondicional a Labastida Ochoa. He conocido posteriormente personas que sí encajan con aquel "ideal masónico", y eso hace que no descarte el reingreso, pero no por el momento. He seguido estudiando "por la libre".


Cuando me mudé a la casa donde nació mi papá y habito ahorita, esa del oratorio de mi abuelo, desde el primer día han ocurrido cosas mágicas, de esas que lo remueven a uno. Símbolos, encuentros, conjunciones planetarias, vivencias surrealistas...
Un par de meses después de la muerte de mi papá, le comentaba a una de mis tías, la más versada en religión -y, por lo mismo, la más abierta-, que sentía que "alguien" había puesto hilos en mis extremidades, y estaba manejando mi vida como a un títere. Lo peor -y atentando a mi soberbia- es la certeza de que ese "alguien"... lo hace mejor que yo.

Mi tía, con una ironía amorosa y aguda, me dijo:
-Ay, Ana Zarina, eso que describes, se parece mucho a lo que yo siempre he nombrado FE.
Pues sí, creo que así es. Ahorita tengo la confianza absoluta de estar en el camino correcto, y mi única petición constante es que me pongan pequeños "subtítulos" en el camino, para no desviarme. ¡Y también eso se me cumple!

Redescubriendo a mis tíos como buenos católicos, me siento orgullosa de formar parte de la familia Palafox Trujillo. Y he aprendido la diferencia entre las enseñanzas que ellos practican, y los horrores hipócritas y avaricientos de la Iglesia-Institución y algunos de sus miembros. Dentro del catolicismo, les tengo respeto a los Jesuitas, al Catecismo del Buen Pastor, al Sistema Montessori (sí, está relacionado) y, por supuesto, a la Teología de la Liberación.


Respecto a mis andanzas en las fiestas patronales, y en otros espacios sagrados, la presión de una sociedad pre-neoliberal me había hecho sentir que era una inútil vaga fiestera.
Alguna vez, en un curso de introducción a la etnomusicología que propiciamos durante mi trabajo en el IPN, Gonzalo Camacho definió, antropológicamente, los espacios sagrados como aquellos que, rompiendo la cotidianidad, forman un ciclo aparte. El día de Reyes, con sus rituales incluídos, puede ser un buen ejemplo de ésto, ya que el 6 de enero de 2011 es más parecido al 6 de enero de 1948, que al 7 de enero de 2011. Las fiestas patronales entran en esa abierta categoría, así como la Olimpiadas... un ritual que se repite cada cierto tiempo, y no es necesariamente religioso.
No me aguanté hacer la broma, y grité entre risas: -¡Oye, Gonzalo, entonces mi vida es sagrada!
Y Gonzalo me comentó que, aunque lo dijera yo en broma, existen estudios antropológicos sobre la gente que tiende a habitar en esos espacios sagrados: chamanes, sacerdotes, músicos, sonideros y hasta señoras que venden aguas frescas.
No me he dado tiempo de buscar y revisar dichos estudios, pero desde ese día se acabó mi culpa social. Y sin culpa, he encontrado mecanismos para intentar ser una útil vaga fiestera. A partir de ese relajamiento he vivido plenamente experiencias antes inimaginables, como entender el símbolo de la Santa Cruz a partir de un amanecer en Otatitlán, con la luz lila que rompe en el horizonte, y otro rayo perpedicular saliendo del centro de la tarima hacia cenit y nadir, del mismo color; poder intuir, paladear el inconsciente colectivo de unas señoras en Nopalapa y ponerlo en décimas para que su voz, a través de mí, le cante a la Virgen de los Dolores en agosto; poder participar en las Mañanitas a La Candelaria, sabiendo que también es Chalchiuhtlicue; estar orgullosa de la procesión de San Andrés Tetepilco a San Antonio Zacahuitzco; sembrar mi zempasúc
hitl el día de San Juan Bautista y otros sincretismos por el estilo, fluyendo en sincronía con ellos.
En el texto sobre espiritualidad hablo más ampliamente de ello.


¿Casualidades? ¿causalidades? Mi amiga más cercana, resultó ser sobrina de aquellas Díaz Pensado que albergaban al padre, ahora Monseñor Guízar y Valencia, y en la víspera de la muerte de mi papá, Teresa Díaz, la última que quedaba de las hermanas, me regaló agua bendita de la tumba de dicho Obispo. Con ella rociamos la urna de cenizas el día de su fandango-velorio.
Y un ex-alumno del Politécnico resultó ser nieto del señor Vilchis que, al tiempo en que mi abuelo donaba las imagenes de San Antonio, él donaba las de San Andrés Tetepilco. Por supuesto, además de correligionarios y vecinos, nuestros abuelos eran amigos, así como ahora mi ex-alumno y yo.
Mi papá decía, en broma, que con tantas indulgencias que habían juntado mi abuelo y la tía Anita, bastaba y sobraba para que él y siete generaciones más hicieran lo que se les diera la gana, sin condenarse.
Tal vez algo había de cierto, y por eso he sido tan afortunada...


Pero en este largo camino que he elegido recorrer, prefiero y practico la religión natural, definida por la RAE como la descubierta por la sola razón y que funda las relaciones del hombre con la divinidad en la misma naturaleza de las cosas, aunque a esa razón le agrego la intuición, entendida como un proceso mental veloz, complejo y no lineal.
Prefiero sostener -difiriendo de la RAE- que la palabra viene de religar, es decir, volver a unir lo que antes no estaba separado. Dicho desde el New Age: retorno a la Fuente. Dicho desde mí: recuperar la conexión con el
Gran Internet del Universo, y aceptar lo que nos regala. Tal vez eso es lo que me ha asegurado en gran parte, el tener varios regalos maravillosos a la semana.

Ana Zarina Palafox Méndez
Lunes 24 de enero de 2011

Índice de aprendizajes Página principal