Protegiendo lo sagrado

En San Andrés Tuxtla se le llaman "velorios" a varias clases de velaciones: a santos y vírgenes para pedimentos específicos o en fiestas patronales y, claro, también a las noches en que se recuerda a un difunto, especialmente durante el novenario y en el primer aniversario de su fallecimiento ("cabo de año").

Cuando el difunto es niño, se le llama "velorio de angelito", término compartido con muchísimas otras regiones del país e, incluso, del mundo.

También allá, para hacer un velorio, inclusive cuando es "de difunto", hay qué acarrear la imagen de la Virgen desde la casa donde se guarda ese año, hasta la casa donde se realizará el ritual y, al día siguiente, regresarla. Van con ella las rezanderas, los que organizan el velorio y todo el que se quiera sumar. Como dice Andrés Moreno, al escuchar los cuetes sólo hay qué ubicar de dónde vienen, y caminar hacia allá.

En todos los casos anteriores, en San Andrés hay jaraneros, como parte imprescindible del ritual. Y no necesariamente cantando "a lo divino". Hace unos años fuimos por la Virgen de los Remedios para llevarla a la casa de Santiago Escribano, donde se iba a hacer fandango. Jarana en mano, allí estaba Arcadio Baxin, que es músico, tradicional, campesino, hablante de nahuatl y cualquier otro adjetivo curricular que le quieran endilgar los fundamentalistas. Arcadio y yo habíamos llorado juntos y abrazados frente al altar de la Virgen, recordando a nuestros respectivos padres, fallecidos en fechas cercanas. Después de eso, cuando ya salimos en la procesión de traslado, íbamos cantando sones de los que habitualmente se interpretan en un fandango. Sin yo darme cuenta, ya nos habíamos trenzado como cantadores en versos de cortejo.

Arcadio es un duente juguetón, esa es su naturaleza y, por eso mismo, el contrapunto de versos estaba resultando de lo más divertido. De pronto me brotó la programación judeocristiana y, llena de culpa, cuestioné a Arcadio sobre la pertinencia de la temática que estábamos desarrollando. El me contestó: -Manita, de orar a la Virgen se encargan las rezanderas, nosotros nos encargamos de la música para divertirla.

Pero también en los velorios de difunto, se dice que la música es para que "se acabe de divertir" y no se vaya insatisfecho al más allá. En el caso de los angelitos, se hace con más frecuencia e intensidad, pues se considera que por su corta vida, menos que nadie han tenido oportunidad de "divertirse".

La palabra "divertir" es usada por allá de forma muy especial. En el caso de la Virgen o el Santo, puede equivaler a "cubrir, proteger". En el caso del difunto, a "hacer que lo pase bien", similar a como lo usamos en la Ciudad de México, pero sin significar bacanal o relajo. Pero también se puede aplicar una de las acepciones que marca la RAE, en su sentido militar: "Dirigir la atención del enemigo a otra o a otras partes, para dividir y debilitar sus fuerzas". Y, en este caso, no se dirige la acción a la Virgen o al difunto, sino a sus enemigos. Vaya, la música es una especie de escudo, manto, atmósfera protectora indispensable para cuando la Virgen sale a la calle y no está protegida en su altar.

Sé de oídas, o de leídas, que en otras zonas la música opera de forma similar. Incluso en regiones más alejadas de la tradición, quedan huellas; a veces tan mínimas como llevar mariachi a un sepelio para cantar "Amor eterno" frente a la tumba, o a una banda para que toque "Dios nunca muere". En estos casos se combina con la música la manera como entendemos el luto y nos sentiríamos mal cantando algo alegre cuando la ocasión -y sobre todo, la sociedad- esperan que estemos muy tristes y lo sigamos estando.

Pero ¿quién no ha visto, aunque sea en Travel Channel, procesiones con banda de alientos, en Oaxaca o en La Huasteca? En la Cuenca del Balsas las procesiones más tradicionales van con el conjunto de cuerdas tocando minuetes, pero también sones y gustos. ¿Quién no vio a los conjuntos chamulas tocando música ritual en alos Altos de Chiapas?

Y así, en rituales de siembra, de cosecha, todo el calendario agrícola, el sagrado, el cívico y hasta los ciclos de vida son acompañados de música en nuestro multiétnico y multimestizo país.

Pasando a vivencias urbanas, desapegadas e institucionales, me tocó un tiempo tocar para el ISSSTE, en hospitales, de cuarto en cuarto. En algunos casos, los pacientes se regocijaban con ello y, por momentos, se olvidaban hasta del dolor físico. En los más tristes, familiares de pacientes terminales o en coma soltaban el llanto cuando empezábamos con las piezas.

Las primeras veces que detonamos estas catarsis, nos sentimos mal, impertinentes por haber causado esos llantos. Pero aprendimos, asesorados por el sicólogo y varios enfermeros de ahí, que el dolor ahí estaba, de cualquier manera. Y que nuestra misión era ayudar a darle cauce para que no se siguiera acumulando como tensión y acabara enfermando a los familiares. Llanto sanador.

Me quedo corta tratando de describir la importancia de la música como atmósfera imprescindible para nuestras diversas culturas. -Músicas adecuadas para cada ocasión -, me espetarían algunos. -Eso varía mucho con los lugares y los tiempos, más de lo que creerían -, contestaría yo. De las culturas que he podido observar de cerca, prácticamente todas prefieren "cualquier música", a prescindir de la música. Si no hay trío huasteco, son capaces de poner el radio, pero que haya música. La música espanta a los entes indeseables, "desos" que operan en otros planos.


Y, hablando de Chiapas... el EZLN ha apreciado la música como parte de sus actividades. No sólo los músicos chamulas; una vez, en Jáltipan, tuve la oportunidad única de escuchar en vivo al Sub Marcos... y estaba hablando de son jarocho.

Y hablando de combatientes... el pasado 2 de octubre (2014) disfrutamos a la mismísima Banda de Tlayacapan, mencionada como ejemplo de Patrimonio Musical del País en el portal del CONACULTA, tocando en el Zócalo, por encargo póstumo de Raúl Álvarez Garín, líder del Comité '68 que falleció días antes. Y no sólo tocaron "Dios nunca muere". Tocaron hasta un popurrí de todos los estados de la República y, por supuesto, sus representativos Chinelos. Ahí estábamos propios y ajenos, en plena plancha del Zócalo, haciendo el brinco de los chinelos, festejando a Raúl.

¿Festejando? ¡Sí, claro que sí! Porque esas músicas traen, como efecto colateral, la comprensión del ciclo de la vida, de las espirales cósmicas, de la relación íntima con las deidades, con la tierra, con el Universo.

En estas marchas y mitines recientes, he tenido la fortuna de estar cerca -voluntariamente algunas veces, por azar en otras- de la banda La Mixanteña de Santa Cecilia. En la del 5 de noviembre, había decidido llevar instrumento para participar con el Contingente Jaranero y, de todas maneras, coincidimos con La Mixanteña y, a propuesta de ellos, turnamos música de alientos con son jarocho. Cuando se nos unieron otros músicos, pues quedaron también "turnados".

En videos vi que también estuvo un contingente de la Escuela Nacional de Música, cantando "Cuando canto yo canto por la libertad" de la ópera Nabuco de Verdi. Hubo también tambores en contingentes organizados de estudiantes de otras carreras. Vaya, la música ha estado presente y parecería una falta de respeto en las marchas que se realizan por 6 muertos, 43 desaparecidos y todos los muertos y desaparecidos que tenemos bajo la tierra de nuestro país. Yo me preguntaba por qué no me sentía incómoda por tocar, cantar, bailar, inclusi reírme en los trayectos.

Pero ya lo entendí. He estado ayudando a "divertir" a los fallecidos -masacrados- para que lleguen al más allá satisfechos. He estado dirigiendo la atención del enemigo a otra o a otras partes, para dividir y debilitar sus fuerzas. He estado espantando a los entes indeseables, "desos" que operan en otros planos. He estado colocando una especie de escudo, colocando una especie de escudo, manto, atmósfera protectora indispensable para cuando la gente sale a la calle y no está protegida en su zona de confort.

En este plano, también he estado versificando consignas. Parafraseando a Guillermo Velázquez, "captando el inconsciente colectivo, poniéndolo en la cajita del verso y devolviéndolo a la gente, para convertirlo en consciente colectivo".

Y, como retribución cósmica a ese oficio, también he estado evitando que me roben, que nos roben la alegría.


Canciones nuevecitas:

Ayotzinapa Los numenes abiertos
Sortilegio América es continente

Ana Zarina Palafox Méndez
10 de noviembre de 2014
Con amor y luz para México

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